“Si oras, hablas con el Esposo;
si lees, es Él quien te habla”
San Jerónimo (Ep. 22, 25)
A todo el Pueblo de Dios en la Diócesis de Santa Marta,
Reciban mi cordial y fraterno saludo. Celebramos, en este día, la memoria de San Jerónimo de Estridón (c. 340 – 420), Padre de la Iglesia y gran amante de la Palabra de Dios. A ella dedicó toda su vida, a su lectura y meditación, a su estudio y divulgación. Por eso, en la Iglesia es considerado el patrono de los biblistas o, más ampliamente, el patrono de los bautizados que vibran con la escucha constante de la Palabra y la buscan cada día con un corazón dócil y atento. Su figura inspiradora, por tanto, no es patrimonio de algunos, sino inspiración modélica para todos
¡Amemos la Palabra con la pasión de Jerónimo! Él mismo para subrayar la alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos hacía esta recomendación: “¿No te parece que, ya aquí, en la tierra, estamos en el reino de los cielos cuando vivimos entre estos textos, cuando meditamos en ellos, cuando no conocemos ni buscamos nada más?” (Ep. 53, 10).
La gran obra de Jerónimo, la traducción de la Biblia del hebreo, del arameo y del griego al latín popular (siglo IV), respondía a un deseo muy profundo: permitir a todas las personas de su tiempo el acceso a la Palabra. A más de 1600 años de su muerte, podríamos preguntarnos: ¿la Biblia realmente ha llegado al pueblo? ¿La Palabra de Dios nutre, en verdad, la espiritualidad cristiana y constituye nuestra referencia primera y fundamental?
La vida de Jerónimo, dedicada totalmente al servicio de la Palabra, debe invitarnos a constituirla en el alimento central de nuestra vida cristiana y sacerdotal. Debemos empeñarnos con toda la fuerza para que la Biblia sea leída y meditada, para que todos encontremos en ella la fuerza y la orientación para la vida.
Para contribuir eficazmente en este propósito hemos querido vivir esta SEMANA BÍBLICA NACIONAL 2022 en sintonía con la propuesta de la Conferencia Episcopal de Colombia: “Caminando juntos como Pueblo de Dios. Itinerario bíblico de fraternidad y sinodalidad. I parte. Antiguo Testamento”. Las actividades propuestas han recibido una acogida extraordinaria, sobre todo entre los laicos y laicas de nuestras comunidades. Esto llena de alegría nuestro corazón de pastores de este pueblo del Señor que Él mismo nos ha confiado. Sé que también en algunas parroquias los párrocos han llevado adelante iniciativas similares y que, en el encuentro de sacerdotes con ocasión de esta semana bíblica, quienes pudieron participar evalúan el momento como muy valioso y
significativo que favorece su acercamiento continuo a la fuente vida de la Palabra del Señor.
A todos los laicos y laicas que han participado les agradezco su presencia en todos los encuentros que de lunes a viernes tuvieron lugar en el Colegio Diocesano y también a los sacerdotes y las comunidades que participaron juntos en la formación bíblica en Fundación, ayer 29 de septiembre. Les prometo a todos que el próximo año, con una divulgación más amplia, viviremos con la misma intensidad la semana bíblica. Lo propio habrá que hacer con la Semana de Liturgia. En esta hubo una importante participación de laicos, pero debemos ampliar su impacto y
divulgación también.
Quiero dirigir también una palabra de gratitud a todos los organizadores de esta semana bíblica, a los PP. Juan José Mercado y Jair Polo, a los demás miembros del Equipo de Formación y a los jóvenes seminaristas, a los laicos que han contribuido mucho con la buena marcha de las actividades programadas y, por supuesto, al P. Guillermo Acero Alvarín, sacerdot eudista, que nos ha acompañado durante toda la semana en Santa Marta y en Fundación. ¿Qué frutos debemos esperar de esta semana bíblica? Que cada uno crezca en el amor y aprecio de la Palabra y que esto se verifique en un compromiso constante de lectura y meditación, de oración y realización de esta Palabra en la propia vida. Que busquemos fortalecer la vida de nuestras comunidades parroquiales con el contacto personal, asiduo, directo, constante con la Palabra de Dios. Y que pongamos los medios para ello. Esto redundará en frutos de vida y de vida en abundancia (cf. Jn 10,10) porque la Palabra de Dios interpela, renueva, anima, consuela, desinstala, impulsa, en otras palabras, mantiene la vitalidad de nuestro amor a Dios y al prójimo,
razón de ser de nuestra vida cristiana.
“Entreguémonos al Espíritu divino que ha dictado las Santas Escrituras y supliquémosle que las grabe en nuestros corazones y que haga de nuestra alma y de nuestro cuerpo un evangelio y un libro viviente, escrito por dentro y por fuera, en el que se imprima perfectamente la vida interior y exterior de Jesús, manifestada en las santas letras ”
San Juan Eudes
Afectuosamente
José Mario Bacci Trespalacios, cjm