Se dice que Colombia podría ser una de las despensas agrícolas del mundo, pero para que esto sea una realidad hay que resolver varias situaciones que le impiden ser más competitiva y rentable. Analicemos el tema.
El campo ha sido olvidado, pero poco a poco ha recuperado atención. El desbordado crecimiento en el precio de los alimentos, y el aumento descomunal de la inflación en varios países lo evidencian. En el caso puntual de Colombia, el costo vital llegó en febrero al 8 % anual, con un alza en los alimentos y bebidas del 23,3 %. Llama la atención productos como la papa, con 142 %, las frutas y el pollo, con alzas del 33 % y 27 %, respectivamente.
Muchos hechos han llevado a esta situación: las cadenas de suministros a nivel mundial, la demanda de alimentos, la pandemia, la economía en 2020, que bajó el consumo e hizo que se desplomaran los precios —aún recordamos imágenes de campesinos en las carreteras saliendo a regalar su producción—; pero el 2021 alzó la demanda y los precios subieron, luego llegó el paro que afectó el transporte de productos, cuyo impacto aún sentimos; y cuando se pensaba que la situación podría mejorar, llegó la invasión rusa a Ucrania, que dirige un golpe a la producción de insumos y fertilizantes, cuyos precios están por las nubes.
A todos estos problemas coyunturales, hay que sumarle los estructurales que impiden que Colombia sea la despensa agrícola del mundo, como tanto se ha pregonado en las últimas décadas. El país tiene una frontera agrícola de cuarenta millones de hectáreas, que se podrían destinar para cultivo y ganadería. Sin embargo, solo utiliza entre seis y siete millones de hectáreas.
En las zonas rurales viven once millones de colombianos, de los cuales 5,8 millones son mujeres. La pobreza supera el 40 %, los campesinos carecen de garantías laborales y muchos emigran a la ciudad por falta de estímulos. La Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), habla sobre la importancia de la seguridad alimentaria, pero insiste en que se mantienen los problemas de siempre: la falta de una adecuada infraestructura digital, de tecnología e innovación, así como de vías de comunicación. En el caso de las vías terciarias, el panorama es dramático, ya que de los 175.000 kilómetros que hay, sólo el 10 % se encuentra en buen estado. La mayoría son verdaderas trochas por las que es difícil movilizar productos agropecuarios. Esto encarece los alimentos en los centros de consumo.
Parece que muchos colombianos somos capaces de hacer este diagnóstico, pero seguimos a la espera de un impulso a la producción nacional, a la competitividad y rentabilidad, para que la frase “Colombia puede ser la despensa del mundo” no se quede solo en un bonito eslogan, incluso en un tema de debate presidencial.